miércoles, 24 de febrero de 2010

El Entierro de Caín en el Paraíso (Fragmento) Novela Escrita por José Luis Claros López


Rodrigo despertó aquella mañana, sintiendo que la habitación entera construida de adobes se encontraba con el ambienté perfumado con el gustoso y apacible perfume a naranja que provenía del pañuelo que ella le había regalado la tarde anterior y tomando el pañuelo lo acercó a sus labios para poder besarlo en el preciso lugar donde varias letras formaban los nombres de Isabel y Rodrigo y que fueron bordadas por ella, por eso besaba aquel pañuelo con el mismo amor con el que la besaba cada viernes mientras el sol caía, en ese momento comenzó a recordar el día que la conoció, un tiempo cuando Isabel siempre acompañada por su madre parecía inalcanzable pero Rodrigo de tanto preguntar por ella hasta conseguir averiguar su rutina descubrió la manera, seria ese jueves mientras Isabel se confesaba por espacio de una hora y su madre permanecía en casa de Doña Esquivel hablando hasta el cansancio sobre la vida de los demás, estas conversaciones fastidiaban a Isabel quien todavía no se atrevía a gritarlo en la cara de su madre así que se conformaba con dirigirse a la iglesia para confesarse; después de descartar varias maneras de acercarse y conocerla se decidió por la más arriesgada aquel medio día fue a visitar al padre Joaquín, sin avergonzarse le solicitó sea su cómplice mientras explicaba su plan como también la razón para llevarlo a la practica.
—        Hijo mío – preguntó, evitando reír — ¿te das cuenta de lo que me pides?
—        Si padre – respondió Rodrigo — claro que lo se y así como usted me bautizo cuando niño espero ahora su ayuda para esta buena causa.
Dieciocho años antes luego de llegar designado como sacerdote al pueblo fue Rodrigo el primer niño que bautizo y recordaba que mientras le suministraba el sacramento del bautismo aquel pequeño permanecía tan tranquilo como si durmiera con los ojos abiertos y ahora dieciocho años después quiere que sea su cómplice pensó. Pero tampoco podía juzgarle mal, también él cuando decidió consagrar su vida al servicio de la iglesia no fueron acaso sus tíos con los que vivía desde la muerte de sus padres en aquel incendio; los primeros en cuestionar su decisión de entrar al seminario y a pesar de conocer los vicios de Rodrigo terminaron por convencerse de la honestidad de sus palabras por aquel acontecimiento inexplicable que se sucedió de forma inesperada una mañana de sábado y por último porque se convencieron también que los seres humanos en especial el hombre tiende a no poder dedicarse a ser ejemplo de rectitud. Así que como juzgaría él ahora a Rodrigo más todavía si un caso particular consternaba al padre Joaquín momentos antes de que Rodrigo solicitara su ayuda, desde el mes de febrero se sabía que su amigo el padre Ramos tenía por amante a su sacristán. 
—        Esta bien hijo, te ayudare.
—        Gracias padre.
Como era su costumbre a esa hora de la tarde Isabel se despidió de su madre, para después caminar por la iglesia desierta rumbo al confesionario, luego se arrodillo y buenos días padre dijo y mientras esperaba escuchar la voz del padre Joaquín para comenzar su confesión fue que sucedió, solos en la iglesia fue la primera vez que se hablaron.
—        hola Isabel.
La incertidumbre invadió su cuerpo, esa voz no era la del padre Joaquín y se levantó molesta por el atrevimiento de aquel hombre.
—        Espera por favor, es que deseaba conocerte mi nombre es Rodrigo se que tú nombre es Isabel.
Durante el próximo día de San Bartolomé se cumplirían tres años de encuentros  clandestinos, de comunicarse cada viernes con el idioma de los sentimientos pero está noche estarían juntos en la oscuridad de la casa y después, que importaba el después.

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