martes, 4 de junio de 2013

LA MASACRE DE UNCÍA DEL 4 DE JUNIO DE 1923

LA MASACRE DE UNCÍA DEL 4 DE JUNIO DE 1923
Por José Luis Claros López

Al igual que en el resto de América Latina a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en Bolivia comenzaron a formarse las primeras organizaciones obreras, a lo largo de la década de 1910 y 1920 se organizaron y aumentaron la participación de los obreros, sobre todo en los sectores mineros ya que las minas eran explotadas por empresas extranjeras a lo largo del sector cordillerano del país, logrando un gran auge económico para el país pero, a la vez  tuvo como consecuencia la explotación de una gran parte de la sociedad y de los trabajadores bolivianos. Es así como el Primero de Mayo de 1923 en Uncía adquirió contornos apoteósicos, dejó de ser fiesta de regocijo para convertirse en el punto de arranque de la enconada batalla en pro de la organización de los trabajadores.

El primero de junio fue decretado el estado de sitio. Mientras tanto cuatro unidades del ejército se habían ido concentrando en Uncía: los regimientos “Sucre “, “Ballivián”, “Camacho” y el “Batallón Técnico”. El día 2 de junio patrullas de soldados armados recorrían las calles de Uncía; era el preludio de las jornadas trágicas que se aproximaban.
En los considerandos del Decreto de estado de sitio se sostenía que en determinados centros de la República se presentaron “síntomas evidentes de una honda conmoción política que viene envolviendo a elementos obreros en un movimiento general de alteración del orden público”. Además se hablaba de “la manifiesta intervención de agitadores anarquistas y políticos revolucionarios”.
Lo que se viene sosteniendo encuentra su confirmación en el mensaje leído por Saavedra ante el Congreso el 6 de agosto de 1923:
“Simultáneamente los trabajos de subversión se preparaba un paro general de obreros en toda la república, especialmente de mineros y ferroviarios, con el fin de producir un transtorno general... Tal medida dio ocasión a que las fuerzas del ejército apostadas en Uncía fueran atacadas con dinamita y armas de fuego.
En vano los jefes de cuerpo trataron de disuadir a los obreros a abstenerse de procedimientos violentos, satisfechas como quedaban sus demandas. El ataque arreció no quedando más remedio que apelar a las armas en uso de legítima defensa. De tal actitud resultaron cuatro muertos y cuatro heridos”. La justificación del asesinato y la falsificación deliberada de los hechos encajan dentro de la tradición de los gobiernos rosqueros.
La palabra del Presidente popular y querido por los artesanos se aparta deliberadamente de la verdad. Que los obreros se daban modos para expresar su repudio a las tropas armadas es cosa que nadie puede dudar, pero no es exacto que la provocación hubiese partido de aquellos. Las autoridades y la alta jerarquía militar incitaron premeditadamente a las masas para que se vean obligadas a protestar y así justificar el asesinato colectivo.
Carrasco se hace eco, para servir mejor los intereses de los que le mandan escribir, de toda la propaganda oficialista y patronal sobre la supuesta agresión de los obreros a los soldados armados hasta los dientes.
“El comandante militar mantuvo una actitud conciliadora, pero los mineros desoyeron las amonestaciones y atacaron a las tropas. Estas se defendieron (¡pobres angelitos!) y se produjo lo inevitable: cuatro muertos y varios heridos”. Para el que ha escrito la biografía de Patiño resulta insignificante ese escaso número de muertos y le parece absurda la agitación que siguió a la masacre: “El interés político convierte fácilmente cuatro muertos en cuatrocientos, lo que despierta la emoción popular y el repudio extranjero”.
La conclusión es lógica: los cuatro muertos eran poca cosa si se trata de castigar a los agitadores extremistas: “No tenía el regimiento más alternativa que rechazar el ataque de los trabajadores... Esa fue la llamada “Masacre de Uncía” que el Presidente Saavedra atribuyó en su mensaje al Congreso Nacional a “unos cuantos agitadores que sin tener comprensión cabal de los problemas que afectan al proletariado, infiltran en las masas de trabajadores ideas falsas, fragmentarias y alucinantes”.
El 4 de junio, a horas 11, el Tcnl. Villegas, el My. Ayoroa y Blik visitaron a Gamarra en el lugar mismo de su trabajo, la maestranza de socavón Patiño, para invitarle a entrar en charlas en el local de la Subprefectura y buscar una forma de arreglo al conflicto con la empresa. Los obreros, que instintivamente comprendieron que su dirigente corría peligro, se opusieron a la realización de la entrevista. Los federados se tornaron quisquillosos debido a la presencia de fuerzas armadas en el distrito. La clase cuando se pone tensa en los momentos de agudización de un conflicto saca a flote toda su capacidad creadora y de orientación que hasta entonces permanece en su subconsciente. Los individuos aislados pueden perder la brújula y caer en las celadas más torpes, la clase, actuando colectivamente. Se orienta mejor guiándose por su instinto. Leamos lo que dice el informe redactado por Gamarra:
“El momento en que el Presidente de la Federación se encontraba cerca al local de la Subprefectura, un regular número de compañeros obstaculizáronle el paso hacia adelante, manifestándole que engañosamente le invitaron a conferenciar. Fue menester que el digno compañero Gamarra les explicara que trataba únicamente de solucionar el conflicto entre la Federación y las empresas, a fin de que le dejaran penetrar a la Subprefectura. Ya dentro del tantas veces citado local, el compañero Gamarra se encontró con el valiente camarada Gumercindo Rivera L., Vicepresidente de la Federación, con el Dr. Melitón Goitia, Presidente del Partido Republicano Saavedrista, con el doctor Silverio Saravia, Juez de Partido, y con el doctor Gregorio Vincenti. El Tcnl. Villegas, subprefecto accidental, les dijo a estas cinco personas: tengo el sentimiento de notificarles que quedan presos por orden del Gobierno”.
Los obreros consideraron que el apresamiento de los “doctores” no era más que una triquiñuela para hacer consentir a la opinión pública de que la huelga estaba inspirada por estos políticos. Otros documentos, que más tarde fueron registrados en la misma prensa de izquierda, demuestran que las autoridades estaban convencidas que esos elementos mantenían peligrosas vinculaciones con los federados.
Mientras tanto los trabajadores habían ido concentrándose en la plaza “Alonso de lbañez” (sitio donde está ubicado el local subprefectural) y seguros de que sus dirigentes habían sido apresados, lanzaban gritos pidiendo su libertad.
La “Plaza Alonso de lbañez”, a pesar de no ser más que un pequeño claro formado por la desembocadura de varias calles irregulares, es una de las más importantes de la capital de la Provincia Bustillo. Testigo mudo de muchas hazañas de la clase obrera y de horrendos crímenes cometidos por la rosca y el militarismo. Rodean a esa plazuela las oficinas más importantes: juzgados, correos, policía y en sus veredas se apiñan abogados, picapleitos, litigantes, desocupados y malentretenidos.
En 1923 Uncía había alcanzado mucha importancia por el crecido número de habitantes y por el gran volumen de su comercio. La “Plaza Alonso de lbañez” era también sitio de estacionamiento de automóviles de alquiler.
En esa plaza había, en el centro mismo, un reloj de sol, que la mano irreverente de algún alcalde de pocas luces ha destruido y colocado en su lugar algunos arbolitos.
Gamarra y Rivera, interesados de que los trabajadores no fuesen asesinados por el ejército, salieron a la puerta de la subprefectura para exhortar a los manifestantes en los siguientes términos:
“Compañeros: en este momento hemos sido notificados para ir a la ciudad de La Paz y presentarnos ante les señores gobernantes. Nosotros estamos resueltos a marchar. Ustedes nada deben temer por nosotros, porque todos los actos que hemos realizado, los actos de la Federación han sido hechos a plena luz. Pueden retirarse y esperar los resultados que tendremos con los gobernantes” (Gamarra).
“Compañeros: les quedamos reconocidos por la actitud que han asumido, demostrando así la solidaridad que existe en nuestras filas. Si nada habéis conseguido al reclamar reiteradas veces por nuestra libertad, retiraos a vuestras casas. Abandonad en el presente momento toda gestión por nuestra libertad, porque nada conseguiréis de la insensibilidad de los dueños de la situación, quienes sin motivo y nada más que por satisfacer los caprichos de los déspotas Diaz y Blik y sus secuaces Iporre y Noya, nos han reducido a prisión como si fuéramos criminales. ¿Tratarán de atemorizarnos de esta manera? Error profundo. Los hombres de convicción y de ideales altos jamás se rinden. Iremos a La Paz, nos presentaremos ante los gobernantes, según nos ha dicho el subprefecto interino; pero iremos con la cabeza alta y la conciencia tranquila, y allí nos reinvindicaremos. Vosotros estáis convencidos de que la Federación, la cruel pesadilla de nuestros verdugos, que les ha hecho temblar de pies a cabeza a su sola iniciación, jamás ha pensado en la política como nos han calumniado los explotadores Blik y Díaz. El gobierno tendrá que convencerse de la verdad de los hechos y se arrepentirá de haber dado crédito a las autoridades que cotizan sus conciencias. Dentro de pocos días nos tendréis de vuelta a vuestro lado para seguir laborando con más razón por la libertad de nuestra clase y contra el despotismo de los capitalistas; y si sucede algo con nosotros. Eso no será nada; para eso están ustedes, miles y miles de explotados que nos reemplazarán en nuestros puestos de honor y sacrificio.
“Por última vez les suplico que se retiren a sus casas, porque todo reclamo será inútil ante la fuerza de las bayonetas” (Rivera).
La alocución de Rivera se distingue por su enorme sinceridad y valentía, pero no alcanza a disipar el malentendido en que habían caído los dirigentes: creer que el Ejecutivo podía hacerles justicia y castigar a los capitalistas.
La masa obrera sencillamente no se movió y siguió reclamando la libertad de sus dirigentes. Frente a tal actitud, el mayor Ayoroa conminó a los trabajadores a disolverse. Ante la tenaz negativa ordenó a los soldados del “Batallón Técnico” hiciesen fuego. El documento de los obreros proporciona los siguientes pormenores:
“Los soldados se negaron a salir a la calle. Entonces el My. Ayoroa se encolerizó y haciendo uso de medios violentos obligó a los soldados a salir a la calle. Ordenó nuevamente que dispararan sus armas contra la masa de obreros y obreras; los soldados acataron la orden, pero dispararon haciendo puntería a una altura considerable, razón por la cual no fueron victimados los indefensos trabajadores. Encolerizado aún más el jefe del “Batallón Técnico”, al ver que sus órdenes no se cumplían al pie de la letra, increpó a los soldados con palabras obscenas y cogiendo una ametralladora mató a cuatro trabajadores e hirió a doce, de éstos murieron tres en los siguientes días, así comenzó esta brutal masacre”.
Tales acontecimientos luctuosos se desarrollaron aproximadamente a las seis de la tarde y todos los observadores coincidieron en atribuir el asesinato al mayor Ayoroa.
Al día siguiente de la masacre, el 5 de junio, ingresaron a la huelga cerca de 6.000 obreros de Uncía-Catavi, movimiento que duró inclusive hasta el día 9, en esta última fecha un nuevo delegado del gobierno, Hernando Siles, impuso a los federados un pliego de conclusiones que les era totalmente desfavorable. En las conversaciones intervino también el sacerdote franciscano Fernando Gonzáles, quien aconsejó a los huelguistas aceptar los puntos de vista propuestos por la empresa, como aquel de dividir la Federación en dos secciones independientes y que no tuviesen vinculación alguna entre ellas. Por este camino fue totalmente destruida la joven Federación Obrera Central de Uncía.

Bibliografía:
Lora, Guillermo. Historia del Movimiento Obrero Boliviano. Ediciones del Partido Obrero Revolucionario. Sin fecha de edición.

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