viernes, 12 de julio de 2013

Pan Casero y una taza de leche caliente Por José Luis Claros López

Pan Casero y una taza de leche caliente
Por José Luis Claros López

A la media noche se cortó la luz, ahora ya eran las cuatro de la mañana de un lunes de junio del año Seis y para este momento el ambiente ya estaba impregnado por la humedad del sereno. Mentiría si cuento para que no sea cuento que no sentía frío. Ahora bien, el “cómo” terminaron Cantor, Chapaqueño y Pan Casero sentados a las cuatro de la mañana en una banca de la plaza del Valle de Nuestra Señora de la Concepción es muy complicado, así que por tal motivo mejor es no contarlo tan temprano. Porque lo importante ahora es contar la historia de lo que sucedió después. Eran las cuatro y un minuto de la mañana, hasta ese momento el Cantor continuaba en silencio abrazando a la sonora y Pan Casero pidió un cigarrillo más, el Cantor le dirigió una de aquellas miradas que hacen dar miedo. Entonces sucedió, Pan Casero se quedó por fin callado luego de no haber dejado de hablar desde que se cortó la luz. Primero, lamentándose por el incidente y luego, narrando por septuagésima primera o septuagésima segunda vez la historia de cómo conoció en la “Fuente de los Deseos” a… la innombrable, dice interrumpiendo la narración el Chapaqueño mientras ríe por la ocurrencia de bautizar como la innombrable a la Margarita, la rueda de amigos festeja la ocurrencia solo Pan Casero se queda callado, después simplemente bebe seco el vaso de “aura trago” una mezcla conscientemente alcohólica de singani, con soda sprite y licor de menta que se le agrega para darle un buen color, luego pide nuevamente que le llenen el vaso. Tal parece que ya no quiere contar que sucedió después, entonces los demás le dicen al Chapaqueño que se calle y que deje a Pan Casero contar la historia sin más interrupciones. Eran las cuatro y cinco de la mañana, entonces solo el sonido producido por los dedos del Cantor realizando una especie de clave morse sobre el brazo de la sonora hacían llevadero el silencio.
A las cuatro y seis los tres escuchamos el ruido de un vehículo, pensábamos que podía ser el primer trufi que se dirigía hacia Tarija, pero en lugar de acercarse hasta la plaza el ruido se alejó por otra calle, Pan Casero por el frío está con los brazos cruzados sobre su pecho, Chapaqueño comentó en aquel momento como si podría ser importante lo que había leído alguna vez; que según las leyes de la física, lo que consideramos frío, en realidad es ausencia de calor y que la verdad el frío no existe y que se había creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor. Ahora Pan Casero sin pronunciar palabras, le dice con su mirada, “y eso a quién le importa, calladito Chapaqueño sos más chura persona”. Entonces el Cantor ya no puede más necesita renegar, así que rompe con su silencio, porque a quién se le ocurre despachar al taxi que nos trajo a media noche desde Tarija, solamente a vos Pan Casero, aurita yo no estaría sufriendo de ausencia de calor, la sonora estaría depositada cómodamente sobre su silla y yo estaría plácidamente dormido aspirando el perfume de los cabellos de la Lucerito, pero claro ustedes tenían que cruzarse por mi camino ayer por la tarde y recordarme vos Chapaqueño, que me lo hiciste pierna en la universidad con la Lucerito y que cuando ella se puso brava conmigo por culpa de los chismes de sus amigas, este Pan Casero bueno pa’ nada fue útil por primera vez en su vida, porque resultó para mi suerte ser el mejor amigo de la Lucerito, pero bueno no es culpa de ustedes, el más tonto aquí soy yo por haberme dejado convencer… En fin, pero como pues Pan Casero vas a despachar el taxi. Y así durante varios minutos éste continuó desahogándose, incluso recordando el encuentro. Mientras él regateaba por el precio de un cd con canciones del Maestro Nilo Soruco Arancibia que aquél vendedor de piratería había traído directamente hasta la Víbora Negra desde su fábrica clandestina en la calle Cochabamba del barrio La Loma, por un precio igual y con la misma calidad de la piratería peruana que cruzaba la frontera por Desaguadero; escuchó que le llamaban por su nombre y al girar, se da con Pan Casero y Chapaqueño que lo abrazan y le dicen que justo lo necesitaban para una buena causa. El Cantor no podía sospechar lo que sucedería ocho horas después. Luego del encuentro los tres se dieron modos para seguir conversando mientras caminan entre la multitud que no dejaba de comprar y vender a las cuatro de la tarde de aquel domingo de junio en la Víbora Negra, en cierta manera los tres amigos solo se dejaron guiar entre la multitud por el “olor” del pollo que se cocina sobre las brasas, al final llegaron al lugar de donde provenía el delicioso aroma, era un puesto improvisado casi sobre la calle y frente al gigantesco tobogán, entonces buscaron una mesa y el Pan Casero continuaba explicándole al Cantor su plan, Chapaqueño pidió tres platos y dos chelas bien helenas, luego fue Pan Casero quien pidió dos chelas bien helenas más, luego fué nuevamente Chapaqueño y así siguieron hasta que la señora que atendía les dijo que ya eran las diez de la noche y que ya solo faltaba levantar esa mesa para poder retirarse del lugar para regresar adonde vive porque la verdad, es bien lejos por el lado de la Panamericana más allá de la PIL, ellos la miran en silencio como si la doñita les hubiera contado la fórmula secreta del saice de Doña Pastora pero en chino mandarín, entonces la doñita les dice lo mismo pero esta vez en quechua para que la comprendan por si sus clientes no entendían bien el español, los tres la miran sonriendo y ya solo por fregar la paciencia le piden entre risas “dos chelas bien helenas más caserita”, entonces se acercó hasta la mesa el marido de la caserita que la conoció a ella en Sacaca y con muy buenos modales primero les cobra la cuenta, pero después que le pagaron cambió radicalmente sus buenos modales y les amenazó que si no se largaban llamaría inmediatamente a su sobrino quién es policía, para evitar mayores complicaciones los tres entonces por fin se levantaron de la mesa, caminaron medio zigzagueando por el lado del cementerio, luego por una callejuela oscura hasta llegar a la esquina de la calle Busch y ahí el Cantor pidió que lo esperen un cachito para poder abuenar a la Lucerito y sacar a la sonora, mientras lo esperaban el Chapaqueño se acercó a una tienda de las que cierran tarde porque son de barrio, pero solo compró media cajetilla de cigarrillos después se arrepentiría de tal decisión, mientras tanto el frío viento les fue haciendo perder la borrachera. Esperando al Cantor pasaron veinte largos minutos y recién entonces él salió con una sonrisa triunfal en el rostro pero antes que nos contara porque se había tardado tanto, la Lucerito se asomó por la ventana y le gritó poniéndole todo los puntos a las íes sin necesidad de arrojarle un zapato a la cara, que si no regresaba hasta las once mejor ya no regrese nunca más. El Cantor se quedó sin expresión, era evidente que ahora ya no inventaría una fabulosa historia para justificar el porqué se había tardado tanto. Por las calles de una Tarija nocturna solitaria y fría de junio, los tres siguieron caminando hasta llegar a la Domingo Paz, ahí pararon un taxi. Cuando ya estaban los tres cómodamente sentados le dicen al taxista el lugar de su destino, el taxista prendió la luz interior del auto y giró su rostro para mirarles con desconfianza mientras muy seriamente les advertía que no intentaran hacerse los pendejos con él porque ya era tarde y que si querían ir hasta el Valle a esa hora, tendrían que pagar por adelantado, el tipo no era un taxista cualquiera en el camino les contaría su hoja de vida, que nacido en Santa Rosa del Sara, que cinco años de mototaxista en Montero, que diez años de micrero en el Plan 3000 y obviamente habría seguido por esos rumbos de no haber sido porque conoció a la Francisca esa chapaquita que lo sedujo con sus ojos negros en ese restaurante de comida tarijeña por la “Tres pasos al frente” y sí que le costó conquistarla, porque cuando a la Francisca se le ocurrió volverse a su pago él se había tenido que venir hasta Tarija como chofer de flota interdepartamental sin conocer el camino solo para poder encontrarla, pero bueno al final no se arrepentía de nada porque después de siete años ya ni como camba hablaba y por sobre todo había comprendido que cuando uno ama de verdad es capaz de recorrer las distancias que sean necesarias y de jugárselas a la hora de conquistar a la mujer amada. En aquel momento, Pan Casero pagó lo que le dijo el taxista, varios minutos después que la verdad parecieron como si fuera más de una hora por fin llegaron a la plaza del Valle de Nuestra Señora de La Concepción, el último en abandonar el taxi fue Pan Casero. Los otros dos habían avanzado sus buenos pasos cuando se dieron cuenta que ya el taxista se alejaba por el mismo camino por donde había ingresado. Entonces el Cantor muy serio le preguntó a Pan Casero donde vivía la “víctima”. Pan Casero respondió que no lo sabía pero que llamaría para preguntar a su amiga de la Margarita, Chapaqueño entonces dijo en voz alta “les cuento que no tengo señal en mi celular”, Pan Casero intentaba llamar y tampoco podía, los tres se miraron preocupados. Habría que buscar una cabina. Entonces sucedió, un gato negro pasó delante de los tres y el Chapaqueño dijo “es de mala suerte”, los tres sonrieron al mismo tiempo pero dejaron de sonreír cuando se fue la luz.
Eran las cuatro y veinte de la mañana, entonces Chapaqueño dice que podrían haberse arriesgado en el puesto policial, al menos habrían dormido en un lugar bajo techo, Pan Casero entonces cambia de tema recordándoles que a pesar de todo el más fregado era el Cantor porque la Lucerito lo estaría esperando con una sartén en la mano, pero lo bueno es que como ella era estudiante de décimo semestre de enfermería entonces al Cantor le saldrían baratas las curaciones. Ni el Chapaqueño, ni el Cantor celebraron el comentario de Pan Casero.
Señora buenas noches va disculpar usted queremos usar la cabina telefónica; respondieron los tres casi en coro cuando del interior de la casa de paredes de adobe una voz de mujer anciana preguntaba quién golpeaba la puerta, después de que les escucha decir sus nombres y que necesitaban usar la cabina telefónica, la voz al otro lado de la puerta les advirtió que no les  abriría y que se vayan si no querían tener problemas, luego ellos le preguntaron donde vivía la familia Ortega, hay muchas familias Ortega en este pueblo les respondió la voz al otro lado de la puerta. Estaban por preguntar de nuevo cuando prefirieron alejarse al escuchar los ladridos del que parecía ser el perro más grande del mundo que provenía desde algún lugar en el interior de aquella casa. Intentaron en otras cuatro puertas más, obteniendo por respuesta los ladridos frenéticos de dos o más perros y tuvieron miedo de que apareciera la policía por eso regresaron a la plaza. Noventa minutos después de la media noche, mientras Chapaqueño encendía el primer cigarrillo los tres comprendieron que debieron pensar en un mejor plan.
Eran las cuatro y media de la madrugada y el Cantor dijo que solo les quedaba caminar para no sentir más el frío, así que los tres caminaron por un buen rato sobre un camino de piedras, hasta que llegaron a la carretera. A las cinco de la mañana vieron que se aproximaba un pequeño micro, veinte minutos después de abordarlo el Pan Casero comenzó a contarle al chofer la historia de lo que les sucedió, el chofer entonces les cuenta que también Margarita es el nombre de la hija de su compadre Nelson Ortega que vivía en el Valle, Pan Casero dice que justo así se llama el padre de la Margarita, el chofer comenzó a reír mientras les explicaba que la familia que buscaban vivía tan solo a media cuadra de la plaza por la vereda de la iglesia, cuando se bajaron del vehículo, apresuradamente intentó el Cantor despedirse pero sintió como el Chapaqueño lo sujetaba por el brazo para que no pudiera escapar, mientras al Pan Casero le preguntaba si ahora que ya sabe donde vive la Margarita vá regresar. Pero él, no respondió y al escuchar al Chapaqueño preguntarle lo mismo por segunda vez, lo único que hizo fue meter las manos a los bolsillos, observar la calle vacía y decir, tengo sueño. El Cantor, entonces mira la hora en el celular ya eran las cinco y treinta de la mañana apenas hizo eso la batería del celular se agotó, los tres sintieron el silencio de la soledad de las historias que a veces terminan no de la forma que se desea, un silencio de cementerio interrumpido por un fuerte bocinazo y una voz que les grita una pregunta: “¿Oigan changos, así que recién regresaron?” era el mismo taxista de la noche previa.
A las seis de la mañana Margarita ya estaba despierta, buscando por todos los rincones la caja de fósforos para encender la cocina y calentar la olla con la leche, mientras escuchaba contar a su madre que llegaba de comprar pan, que unos borrachos habían ido con quien sabe que mala intención a la casa de Doña Felicia justo cuando se corto la luz, con el pretexto de utilizar la cabina telefónica. Mientras Margarita la escuchaba sin detener su búsqueda, entró a la cocina su padre a quien ya las canas le daban el aspecto de haber nacido cuando era normal invitar para Corpus Christi vino patero en copa de ajipa y bostezando preguntó a su hija que buscaba, la caja de fósforos respondió ella, él observaba en silencio como también su esposa se sumaba en la búsqueda de la caja de fósforos que siempre desaparecía y mientras metía la mano en su bolsillo sintió la cajetilla de cigarrillos, pensar que su señora siempre se los “decomisa” porque no le gusta que fume, fue entonces cuando los tres se quedaron estáticos escuchando el sonido de una guitarra y a una voz de cantor cantando una romántica copla y a la que luego se sumaron otras dos voces desafinadas, fue Margarita la que comprendió que la serenata era en la puerta de la casa, su padre dijo, pues serán las mañanitas porque ya son más de las seis.
En el Valle de Nuestra Señora de La Concepción, ya todo el pueblo estaba despierto y los que transitaban por las angostas veredas al ver la escena se detenían para escuchar el trío algo desafinado cantando frente a la casa de los Ortega, entonces abrió la puerta el padre de la Margarita para ver quiénes eran. Pan Casero después de saludar se recontra enredó intentando explicar que simplemente traían serenata para la Margarita, Don Ortega les recordó que las serenatas son de noche, los tres vieron la cara del señor que parecía de pocos amigos con sus cejas muy pobladas todavía negras, su ceño fruncido y su cabello blanco sin peinar. Entonces escucharon decir a uno de los curiosos algo en su favor, pero a Don Ortega no le caía en mucha gracia la escena que se sucedía en la puerta de su casa, entonces apareció su esposa y le preguntó porque cantaban y Pan Casero respondió cual era el motivo de su canto, ella se alegró bastante y los invitó a que pasen a desayunar, mientras en la calle los curiosos continuaron su camino dejando de contemplar la escena. Pan Casero al querer ingresar a la casa se detiene al ver todavía el rostro con el ceño fruncido de Don Ortega, que con una voz áspera les recordó que la señora dice que pasen, al llegar a la cocina la Margarita se sorprende, Pan Casero le dice que la serenata era para ella y al decir esto, el Cantor sonrío y levantando a la sonora nuevamente comenzó a cantar la canción interrumpida, pero esta vez fueron los cuatro perros batuques de la casa quienes hicieron el coro creando un bullicio insoportable, por ese motivo Chapaqueño se mordió los labios y Pan Casero ya solo esperaba que Don Ortega después de permitirles entrar por la puerta los arrojase por la ventana, pero para su sorpresa solo escucharon su voz fuerte de hombre de campo ordenando a los perros que se callen, el cantor también obedeció la orden y asustado se terminó sentando sobre una caja de cartón con botellas de vino patero que por milagro no se rompieron. Al rato las dos mujeres continuaban dando vueltas en la cocina, Don Ortega les pregunta de nuevo que buscaban y ambas le responden que no encontraban los fósforos, aquí los tengo le respondió él y sacándolos de su bolsillo los dejó sobre la mesa con un golpe seco que retumbó en los cuatro rincones de la casa. Cuando la leche se calentó, la Margarita con esmero ayudaba rápidamente a su madre a servir las seis tazas, mientras alrededor de la mesa los cuatro hombres permanecen en silencio, el Chapaqueño creía estar viviendo una escena del far west y que Don Ortega en cualquier momento sacaría un revolver de un escondite secreto bajo la mesa y llenaría de plomo a Pan Casero por atreverse a intentar cortejar a la que de seguro debe ser su única hija, Pan Casero pensaba que la Margarita se veía hermosísima cuando recién se despertaba y el Cantor… El Cantor seguía preguntándose cómo fue posible que se dejara convencer por segunda vez por el Chapaqueño a entrar en el mismo taxi para regresar a “este lugar”. Entonces las dos mujeres depositaron las tazas con la leche humeante sobre la mesa, luego trajeron en una canasta el pan y un recipiente con miel. El padre de Margarita comenzó a desayunar sin dejar de mirar a Pan Casero, fue aquel momento cuando el Cantor preguntó a Pan Casero por la hora, el señor entonces creyó escuchar otra cosa y le dice al Cantor que lo que ahora están comiendo si es pan casero y que Doña Felicia lo saca del horno bien temprano por la mañana. El Chapaqueño empezó a reír, mientras explicaba, no señor el Pan Casero es esté inútil aquí presente señalando a Pan Casero, le decimos así por..., la cara de Don Ortega seguía inmutable. Por un motivo que mejor se lo cuento en otra oportunidad; Don Ortega entonces mirando a Chapaqueño le dice que con razón eso lo explica todo, por su tono de voz joven usted es del Chaco, aquí en este pedazo de cielo las serenatas son de noche y no a cualquier hora. Nada que ver señor, interrumpe ahora el Cantor quien señalando a su amigo le dice a Don Ortega, él es de allá, pero lo echaron y lo adoptaron en Tarija y comienza entonces a reír, el Chapaqueño le interrumpe para explicar que la verdad sus padres son de Tomayapo pero que se compraron en los años ochenta un pequeño terrenito donde sembraron maíz en el Chaco y que por eso el nació en la posta de salud que queda justo a la vera del camino que atraviesa Caiza La Vieja, que queda más allá de Caiza Estación que a su vez está por el camino que sale a Caiza Cruce. El señor los escuchaba en silencio, entonces miró fijamente a Pan Casero que temblando sostiene la taza de leche, parecía que le quería decir algo cuando Pan Casero respondió lo que no le preguntaron; yo no soy de aquí soy de la frontera, de Bermejo al otro lado queda el Chaco de Oran y quiero decirle que desde que conocí a su hija Margarita sentada en una banca junto a la Fuente de los Deseos con sus negros cabellos en trenza, vestida con una corta pollera morada y una blusa amarilla estampada con amancayas en la noche del jueves de comadres, me acerqué a ella y le regalé una flor roja como sus labios y desde aquel tiempo no he dejado de respetarla, ni de quererla como si fuera el primer día y que por eso quiero decirle a usted señor que deseo ser el novio formal de su hija y claro está, he venido para conseguir su bendición. La Margarita estaba roja tomate, el Chapaqueño y el Cantor ahora solo deseaban escapar de aquella cocina, el señor se bebió en un trago largo toda la leche caliente de la taza sin pestañear. Después mirando a su hija le preguntó que pensaba de todo esto. Que vá pensar ella, dijo su madre bien clarito para que su marido la comprenda, si los dos están enamorados déjalos pues y mirá que vos nunca me trajiste serenata. Que las serenata son de noche no de día, protesta Don Ortega, para el caso son lo mismo dice su esposa. Don Ortega observando el brillo inusual en los ojos de su hija la escucha decir cuánto quiere a Joaquín que así es como se llama Pan Casero y comprendiendo la inevitable situación hace escuchar su voz patriarcal; antes que nada Joaquín límpiese la cara, porque desde hace rato que se le hizo un bigote con la leche.
¡Chala la historia Pan Casero!, dice Chicano. Deja de decir chala, en lugar de churo porque no puedes comprender Chicano que ya no estás en Sucre le increpa el Chapaqueño, todos ríen al darse cuenta que Chapaqueño cumplió con quedarse calladito sin interrumpir la historia. En fin, Pan Casero lo bueno es que ahora ya tienes la bendición de su padre de la Margarita. Y sí, pero bueno Chicano hablar de una historia de amor no siempre puede ser tan simple como decir leche, para no decir líquido lácteo de color blanco que segregan las ubres de una vaca y que… ¡Silence! expresa de golpe la Ingrid que desde hace una semana es la novia de Chicano y les reclama, ¿Por qué ustedes siempre quieren filosofar con todo? La rueda de amigos ríe con la observación de la estudiante de idiomas y se dan cuenta que ya son más de las diez de la noche y Carlos les recuerda;…a todo esto al final que le pasó al Cantor hace ya una semana que no lo vemos y ni siquiera ha venido esta noche, imagínate noche de San Juan y no hay ni el Cantor, ni el sonido de su ¿Cómo es que le llama él?… ¡Ah! ya recuerdo, la sonora. ¡Ups! dice preocupada la Ingrid para luego entre risas comentar que de seguro la Lucerito le debe haber mandado al hospital. No que va, lo que pasa es que para calmarla cuando regresó a su cuarto faltando cinco minutos para las once… pero de la mañana; el Cantor le cantó una serenata, bueno una mañanita, bueno lo que sea y el resto es otro cuento. Entonces Chapaqueño comenta que Cantor está todavía por Villazón, en la casa de los padres de la Lucerito, explicándoles que se van a casar, claro que no creo que le cuenten que ya llevaban viviendo con sus idas y venidas, como tres años en el mismo cuarto y que cada que llegaban de visita sus padres de la Lucerito, ambos se las ingeniaban para que nunca los descubrieran, pero bueno suele suceder. Chapaqueño entonces llenando él mismo su vaso, les dice a todos: ¡Salud por eso!, porque se nos casa el Cantor y porque Pan Casero como si fuera un cuento y no la vida real al final encontró el amor junto a la Fuente de los Deseos.


Desde Caparai, invierno del año Doce.

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