sábado, 26 de octubre de 2013

EL CANDIGATO Y LA DOBLE MORAL Por José Luis Claros López

EL CANDIGATO Y LA DOBLE MORAL. Por José Luis Claros López (*)

Candigato es aquel que ambiciona ser dueño del queso para repartirlo entre algunos ratones que serán si fuera necesario en su debido momento víctimas de su voracidad, mientras los demás se quedan mirando. En la complicidad de los ratones esta su culpabilidad, porque son cobardes para intentar rebelarse contra la opresión política, económica y moral. Los ratones son valientes únicamente a escondidas cuando comentan cuan corruptos o que mediocres son los políticos que nos gobiernan. Pero públicamente van a terminar aplaudiendo como el candigato prefiere gritar que los demás no son imparciales y que no tienen ética. Y es que un candigato cual vampiro no quiere mirarse al espejo. Pues su doble moral, guía sus pensamientos y entonces cree que tiene derecho a exigir lo que no practica. Ve todo lo malo y nada de lo bueno en lo que hacen los demás. Solo él se cree dueño de la verdad y prefiere parafrasear la historia oficial. Y los ratones están felices en la mediocridad del vivir mal y quejarse todo el tiempo.
El candigato está contento cuando todos los votantes están más interesados viendo que si al fondo hay sitio y no tratando de interpretar la realidad de forma crítica. El candigato odia la batalla de las ideas porque prefiere la bulla de la demagogia nacida de su doble moral, le fascina escuchar el eco de su voz, ser el centro de atención, que sus entrevistas no sean editadas aunque sus argumentos respondan a un libreto diseñado en laboratorio y si el candigato además se autoproclama como analista político muchas veces sus textos no son más que un producto resultante del copiar pegar desde la comodidad del estar al otro lado de una conexión a internet. Pero sobre todo el candigato puede ganar elecciones si los ratones se lo dejan. Y eso en Bolivia es algo que sucede con frecuencia. Porque lamentablemente Bolivia no tiene memoria.
Un candigato surge de donde sea y por lógica termina definiendo su futuro en las urnas, en tal sentido la victoria de un candigato es el resultado de una sociedad que ya no cree en la política. Una sociedad capitalista atrasada. Donde los candigatos se transforman en flautistas que llegan a ser seguidos por las grandes mayorías desilusionadas por un sistema de distribución del bienestar de forma desigual, un candigato transformado en autoridad tiene una gestión con cero propuestas y solamente ofrecen la melodía que desea ser escuchada. Vivimos en un tiempo y en un país donde la democracia da como resultado dos opciones la primera; sin horizonte ni propuesta y que nos obliga caminar rumbo al abismo y la otra que no es otra cosa que más de lo mismo. La realidad actual es el producto de la imaginación tanto de una oligarquía de derecha, como de una izquierda irracional que nos construyeron un país a su medida desde arriba y no desde abajo. Un candigato es la deformación política, es la encarnación del mesianismo y la negación de la cultura del dialogo. Pero existe la esperanza de derrotar a un candigato y prevenir su arribo al poder. Para eso es necesario romper el silencio y aceptar que deseamos, construir una Bolivia nueva sin clases humilladas y con justicia social, por eso es importante que no dejemos nuestro destino en manos de los candigatos de turno, que militemos activamente que permanezcamos en movimiento; que seamos capaces de decir: ya no te creo. Luego construir desde abajo y en movimiento nuevos puentes, para que todos los ciudadanos ya no tengamos miedo de decir la verdad a toda costa. Parafraseando a George Orwell, decir la verdad en una época de mentiras constituye un acto heroico. En conclusión lo que necesitamos es que los ratones se transformen en militantes, que sean practicantes de un compromiso real a tiempo completo para crear orden a partir del desorden en el cual vivimos.

(*) José Luis Claros López

jueves, 24 de octubre de 2013

Hachikō

(Fotografía) Orando por recién fallecido "Chuken Hachiko" (Leal perro Hachiko) en Shibuya sala de equipajes de la estación de Tokio el 8 de marzo de 1935. La viuda de Hidesaburo Ueno, Yaeko, está en la primera fila, segundo desde la derecha. La foto fue publicada al día siguiente en el Yamato Shimbun. Autor Shibuya Folk y Literario Shirane Memorial Museum. Hachikō nació a principios de 1924, fue regalado a Eisaburō Ueno, profesor del Departamento de Agricultura en la Universidad de Tokio, a raíz de la muerte de una perra anterior, que les fue muy triste. Hachikō fue enviado dentro de una caja desde la prefectura de Akita hasta la estación de Shibuya (un viaje de dos días en un vagón de equipaje). Cuando los sirvientes del profesor lo fueron a retirar, creyeron que el perro estaba muerto. Sin embargo, cuando llegaron a la casa, el profesor le acercó al perro una fuente con leche y este se reanimó. El profesor lo recogió en su regazo y notó que las patas delanteras estaban levemente desviadas, por lo que decidió llamarlo Hachi (‘ocho’ en japonés), por la similitud con el kanji (letra japonesa) que sirve para representar al número ocho (八).
El perro lo acompañaba a la estación para despedirse allí todos los días cuando su dueño Ueno iba al trabajo, y al final del día volvía a la estación a recibirlo. Esta rutina, que pasó a formar parte de la vida de ambos, no fue inadvertida ni por las personas que transitaban por el lugar ni por los dueños de los comercios de los alrededores.
Esta rutina continuó sin interrupciones hasta el 21 de mayo de 1925, cuando el profesor Ueno sufrió un paro cardiaco mientras daba sus clases en la Universidad de Tokio, y murió. Esa tarde Hachikō corrió a la estación a esperar la llegada del tren de su amo, y no volvió esa noche a su casa. Se quedó a vivir en el mismo sitio frente a la estación durante los siguientes 9 años de su vida. Conforme transcurría el tiempo, Hachikō comenzó a llamar la atención de propios y extraños en la estación; mucha gente que solía acudir con frecuencia a la estación habían sido testigos de cómo Hachikō acompañaba cada día al profesor Ueno antes de su muerte. Fueron estas mismas personas las que cuidaron y alimentaron a Hachi durante ese largo período.
La devoción que Hachikō sentía hacia su amo fallecido conmovió a los que lo rodeaban, quienes lo apodaron el perro fiel.
En abril de 1934, una estatua de bronce fue erigida en su honor en la estación Shibuya, y el propio Hachikō estuvo presente el día que se inauguró.
El 8 de marzo de 1935, Hachikō fue encontrado muerto frente a la estación de Shibuya, tras esperar infructuosamente a su amo durante nueve años.
Cuando se le hizo una autopsia (para realizar su taxidermia) en su estómago se encontraron cuatro varitas utilizadas para los yakitori (pinchos o brochetas de pollo ensartado), pero estas varitas no habían dañado la mucosa del estómago, por lo que no fueron la causa de su muerte. Las causas de la muerte de Hachiko se consideraron desconocidas, hasta que en marzo de 2011 se determinaron definitivamente: el perro había sufrido un cáncer terminal y una filariasis (infección de gusanos) en el corazón.
El cuerpo de Hachikō fue disecado y guardado en el Museo de Ciencias Naturales del distrito de Ueno (Tokio). Nueve años después (1944) ―en el marco de la Segunda Guerra Mundial―, la estatua de bronce de Hachikō se tuvo que fundir para fabricar armas. Pero en agosto de 1947 ―dos años después de la finalización de la guerra―, se erigió otra estatua de bronce, que aún permanece y es un lugar de encuentro extremadamente popular, tanto que en ocasiones la aglomeración de gente dificulta el encuentro.
El 8 de marzo de cada año se conmemora a Hachikō en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya. También hay una estatua similar delante de la estación de trenes de la ciudad de Odate (en cuyas cercanías nació Hachiko). (Referencia consultada: Wikipedia)

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