lunes, 14 de junio de 2010

La Casa de los Niños Solos (Un Cuento por José Luis Claros López)

La casa de los niños solos
Por José Luis Claros López

Tres días después del Domingo de Resurrección luego de confesarse y comulgar al medio día, por la tarde ella simplemente se fue sin decir adiós, no se despidió de nadie para evitar preguntas que no quiere responder como por ejemplo cuando piensa retornar, simplemente vendió todas las cosas que todavía existían en la casa con el dinero reunido compro un pasaje con destino a Camiri y se subió al tren que sigue la ruta paralela a la carretera Yacuiba – Santa Cruz.
Así de aquella manera ella se fue para Camiri mientras sus hijos dormían por hambre la siesta de la tarde, los abandona en Yacuiba y ya nunca más volvió.
Así de aquella manera sus tres hijos se quedaron en la vieja casa donde aprendieron a caminar, sin más pertenencias que la cama en donde dormían, sin pan pero con techo y con la necesidad ahora de aprender a trabajar.
Mientras en el horizonte un sol de Domingo de Resurrección se ocultaba, los niños se despertaron y comprendieron que ahora estaban solos.
Durante un tiempo todas las mañanas caminaban juntos a la escuela y cuando sus respectivos profesores preguntaban por su madre siempre decían que ahora estaba de viaje pero que volvería, cuando la campana del colegio les decía que ya era la salida y el reloj marcaba el medio día los tres niños regresaban caminando con sus zapatos gastados a la casa sin mesas y sin sillas porque su madre las vendió para comprar su pasaje y solamente les queda el sentarse los tres en el piso frío y vacío del cuarto que también es su dormitorio para comer de un mismo plato la poca comida que con cariño una mujer pobre que vive en la casa de a lado con un marido alcohólico y con siete hijos les comparte sin decírselo a su marido por el temor a ser golpeada, por las tardes los niños salían a jugar con juguetes imaginarios como una manera feliz de construir un mundo en medio del abandono pero luego llega la noche, la soledad, el frío y de aquella manera los tres niños comparten la misma cama y se cubren solo con una toalla, mientras por encima del techo que tiene varios agujeros por donde caen gotas de agua durante la temporada de lluvias para ellos el cielo permanece cubierto de nubes sin estrellas fugases a las cuales pedir un deseo.
Paso el tiempo sin miramiento y los niños abandonaron la escuela porque sus maestros los expulsaban siempre por no tener el uniforme o los útiles que les pedían y se hicieron grandes aprendiendo a trabajar en variados oficios, al mismo tiempo que las paredes de la vieja casa se fueron rajando por la humedad que siguió a muchas tormentas.
Paso el tiempo y de a poco primero con una mesa y tres sillas, luego con otras cosas también la casa nuevamente se fue llenando. Un Domingo de Resurrección muchos años después los tres niños ahora ya grandes consiguieron el dinero suficiente para poder reparar las paredes de la casa vieja.
La pobre mujer que vivía en la casa de a lado y les compartía todos los medios días durante muchos años la poca comida que tenia para su propia familia un día la internaron en el hospital por una golpiza que su marido en su borrachera le había propinado. Los tres niños ahora grandes el día mismo que se enteraron fueron a visitarla y el medico les dijo que la mujer estaba muy mal que moriría. Ellos se pusieron muy tristes y la acompañaron hasta el último momento y ella les dice que se los agradecía porque ninguno de sus siete hijos se acordó de ella aunque los mandaron a llamar sin embargo ella les confiesa que no se moría triste porque la vida sea así en su instante final le enseñaba que si se hacían buenas acciones la vida regresaba esas buenas acciones por eso la vida le permitía no morir sola y abandonada sino acompañada de los tres niños ahora grandes que un día se despertaron y descubrieron sin explicaciones lo que significaba la soledad. Dos noches después cuando ya falleció los tres niños ahora grandes pagaron la cuenta del hospital y también los gastos del entierro.
Sin embargo la tarde del día del entierro de la pobre mujer que vivía en la casa de a lado, sucedió que a su puerta llego una mujer anciana diciéndoles que era su madre y los tres niños ahora grandes escucharon como aquella mujer anciana les pide que no la odien y que la dejen vivir sus últimos años en esa casa. Los tres niños ahora grandes por un momento se alejan de la puerta mientras la mujer permanece de pie sin atreverse a entrar y luego de conversar sin levantar mucho la voz, toman una decisión y se acercan nuevamente a ella y le dicen que justamente esa misma mañana habían enterrado a una mujer que con simples palabras y acciones les había enseñado que a pesar de todo se debía ser bueno y no devolver mal por mal y la mujer anciana que decía ser su madre comenzó a llorar y cuando ellos quisieron ayudarla para que pudiera entrar a la casa para su asombro ella comenzó a hacerse transparente como una figura etérea y antes de desvanecerse del todo les dice que ya ella se había muerto muchos años antes y que desde aquel tiempo no podía dormir por las noches o en el día porque la pesaba penando por el mundo hasta que se atrevió a recordar el camino para volver a la misma casa donde una tarde del Domingo de Resurrección de muchos años antes abandono a tres niños que ahora eran grandes y que ahora gracias a ellos ya ella podía descansar en paz porque había comprendido que no todas las historias son iguales y luego se desvaneció en el aire.
Los tres niños se hicieron grandes y con el tiempo a cada uno le llego su hora y se fueron para siempre de nuestro mundo sin jamás hacerle mal a nadie. Ahora cuando alguien pasa por esa calle y pregunta a cualquier vecino quien es el dueño de aquella casa siempre escucha la misma respuesta que aquella es la casa de los niños solos que no aprendieron a odiar.

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