LA MASACRE DE UNCÍA
DEL 4 DE JUNIO DE 1923
Por José Luis Claros López
Al igual que en el resto de América Latina a fines del siglo
XIX y comienzos del XX, en Bolivia comenzaron a formarse las primeras
organizaciones obreras, a lo largo de la década de 1910 y 1920 se organizaron y
aumentaron la participación de los obreros, sobre todo en los sectores mineros
ya que las minas eran explotadas por empresas extranjeras a lo largo del sector
cordillerano del país, logrando un gran auge económico para el país pero, a la
vez tuvo como consecuencia la
explotación de una gran parte de la sociedad y de los trabajadores bolivianos.
Es así como el Primero de Mayo de 1923 en Uncía adquirió contornos apoteósicos,
dejó de ser fiesta de regocijo para convertirse en el punto de arranque de la
enconada batalla en pro de la organización de los trabajadores.
El primero de junio fue decretado el estado de sitio.
Mientras tanto cuatro unidades del ejército se habían ido concentrando en
Uncía: los regimientos “Sucre “, “Ballivián”, “Camacho” y el “Batallón
Técnico”. El día 2 de junio patrullas de soldados armados recorrían las calles
de Uncía; era el preludio de las jornadas trágicas que se aproximaban.
En los considerandos del Decreto de estado de sitio se
sostenía que en determinados centros de la República se presentaron “síntomas
evidentes de una honda conmoción política que viene envolviendo a elementos
obreros en un movimiento general de alteración del orden público”. Además se
hablaba de “la manifiesta intervención de agitadores anarquistas y políticos
revolucionarios”.
Lo que se viene sosteniendo encuentra su confirmación en el
mensaje leído por Saavedra ante el Congreso el 6 de agosto de 1923:
“Simultáneamente los trabajos de subversión se preparaba un
paro general de obreros en toda la república, especialmente de mineros y
ferroviarios, con el fin de producir un transtorno general... Tal medida dio
ocasión a que las fuerzas del ejército apostadas en Uncía fueran atacadas con
dinamita y armas de fuego.
En vano los jefes de cuerpo trataron de disuadir a los
obreros a abstenerse de procedimientos violentos, satisfechas como quedaban sus
demandas. El ataque arreció no quedando más remedio que apelar a las armas en
uso de legítima defensa. De tal actitud resultaron cuatro muertos y cuatro
heridos”. La justificación del asesinato y la falsificación deliberada de los
hechos encajan dentro de la tradición de los gobiernos rosqueros.
La palabra del Presidente popular y querido por los
artesanos se aparta deliberadamente de la verdad. Que los obreros se daban modos
para expresar su repudio a las tropas armadas es cosa que nadie puede dudar,
pero no es exacto que la provocación hubiese partido de aquellos. Las
autoridades y la alta jerarquía militar incitaron premeditadamente a las masas
para que se vean obligadas a protestar y así justificar el asesinato colectivo.
Carrasco se hace eco, para servir mejor los intereses de los
que le mandan escribir, de toda la propaganda oficialista y patronal sobre la
supuesta agresión de los obreros a los soldados armados hasta los dientes.
“El comandante militar mantuvo una actitud conciliadora,
pero los mineros desoyeron las amonestaciones y atacaron a las tropas. Estas se
defendieron (¡pobres angelitos!) y se produjo lo inevitable: cuatro muertos y
varios heridos”. Para el que ha escrito la biografía de Patiño resulta
insignificante ese escaso número de muertos y le parece absurda la agitación
que siguió a la masacre: “El interés político convierte fácilmente cuatro
muertos en cuatrocientos, lo que despierta la emoción popular y el repudio
extranjero”.
La conclusión es lógica: los cuatro muertos eran poca cosa
si se trata de castigar a los agitadores extremistas: “No tenía el regimiento
más alternativa que rechazar el ataque de los trabajadores... Esa fue la
llamada “Masacre de Uncía” que el Presidente Saavedra atribuyó en su mensaje al
Congreso Nacional a “unos cuantos agitadores que sin tener comprensión cabal de
los problemas que afectan al proletariado, infiltran en las masas de
trabajadores ideas falsas, fragmentarias y alucinantes”.
El 4 de junio, a horas 11, el Tcnl. Villegas, el My. Ayoroa
y Blik visitaron a Gamarra en el lugar mismo de su trabajo, la maestranza de
socavón Patiño, para invitarle a entrar en charlas en el local de la
Subprefectura y buscar una forma de arreglo al conflicto con la empresa. Los
obreros, que instintivamente comprendieron que su dirigente corría peligro, se
opusieron a la realización de la entrevista. Los federados se tornaron quisquillosos
debido a la presencia de fuerzas armadas en el distrito. La clase cuando se
pone tensa en los momentos de agudización de un conflicto saca a flote toda su capacidad
creadora y de orientación que hasta entonces permanece en su subconsciente. Los
individuos aislados pueden perder la brújula y caer en las celadas más torpes,
la clase, actuando colectivamente. Se orienta mejor guiándose por su instinto. Leamos
lo que dice el informe redactado por Gamarra:
“El momento en que el Presidente de la Federación se
encontraba cerca al local de la Subprefectura, un regular número de compañeros
obstaculizáronle el paso hacia adelante, manifestándole que engañosamente le
invitaron a conferenciar. Fue menester que el digno compañero Gamarra les
explicara que trataba únicamente de solucionar el conflicto entre la Federación
y las empresas, a fin de que le dejaran penetrar a la Subprefectura. Ya dentro
del tantas veces citado local, el compañero Gamarra se encontró con el valiente
camarada Gumercindo Rivera L., Vicepresidente de la Federación, con el Dr. Melitón
Goitia, Presidente del Partido Republicano Saavedrista, con el doctor Silverio
Saravia, Juez de Partido, y con el doctor Gregorio Vincenti. El Tcnl. Villegas,
subprefecto accidental, les dijo a estas cinco personas: tengo el sentimiento
de notificarles que quedan presos por orden del Gobierno”.
Los obreros consideraron que el apresamiento de los
“doctores” no era más que una triquiñuela para hacer consentir a la opinión
pública de que la huelga estaba inspirada por estos políticos. Otros
documentos, que más tarde fueron registrados en la misma prensa de izquierda,
demuestran que las autoridades estaban convencidas que esos elementos mantenían
peligrosas vinculaciones con los federados.
Mientras tanto los trabajadores habían ido concentrándose en
la plaza “Alonso de lbañez” (sitio donde está ubicado el local subprefectural)
y seguros de que sus dirigentes habían sido apresados, lanzaban gritos pidiendo
su libertad.
La “Plaza Alonso de lbañez”, a pesar de no ser más que un
pequeño claro formado por la desembocadura de varias calles irregulares, es una
de las más importantes de la capital de la Provincia Bustillo. Testigo mudo de
muchas hazañas de la clase obrera y de horrendos crímenes cometidos por la
rosca y el militarismo. Rodean a esa plazuela las oficinas más importantes: juzgados,
correos, policía y en sus veredas se apiñan abogados, picapleitos, litigantes,
desocupados y malentretenidos.
En 1923 Uncía había alcanzado mucha importancia por el
crecido número de habitantes y por el gran volumen de su comercio. La “Plaza
Alonso de lbañez” era también sitio de estacionamiento de automóviles de
alquiler.
En esa plaza había, en el centro mismo, un reloj de sol, que
la mano irreverente de algún alcalde de pocas luces ha destruido y colocado en
su lugar algunos arbolitos.
Gamarra y Rivera, interesados de que los trabajadores no
fuesen asesinados por el ejército, salieron a la puerta de la subprefectura
para exhortar a los manifestantes en los siguientes términos:
“Compañeros: en este momento hemos sido notificados para ir
a la ciudad de La Paz y presentarnos ante les señores gobernantes. Nosotros
estamos resueltos a marchar. Ustedes nada deben temer por nosotros, porque
todos los actos que hemos realizado, los actos de la Federación han sido hechos
a plena luz. Pueden retirarse y esperar los resultados que tendremos con los
gobernantes” (Gamarra).
“Compañeros: les quedamos reconocidos por la actitud que han
asumido, demostrando así la solidaridad que existe en nuestras filas. Si nada
habéis conseguido al reclamar reiteradas veces por nuestra libertad, retiraos a
vuestras casas. Abandonad en el presente momento toda gestión por nuestra
libertad, porque nada conseguiréis de la insensibilidad de los dueños de la
situación, quienes sin motivo y nada más que por satisfacer los caprichos de los
déspotas Diaz y Blik y sus secuaces Iporre y Noya, nos han reducido a prisión
como si fuéramos criminales. ¿Tratarán de atemorizarnos de esta manera? Error
profundo. Los hombres de convicción y de ideales altos jamás se rinden. Iremos
a La Paz, nos presentaremos ante los gobernantes, según nos ha dicho el
subprefecto interino; pero iremos con la cabeza alta y la conciencia tranquila,
y allí nos reinvindicaremos. Vosotros estáis convencidos de que la Federación,
la cruel pesadilla de nuestros verdugos, que les ha hecho temblar de pies a
cabeza a su sola iniciación, jamás ha pensado en la política como nos han
calumniado los explotadores Blik y Díaz. El gobierno tendrá que convencerse de
la verdad de los hechos y se arrepentirá de haber dado crédito a las autoridades
que cotizan sus conciencias. Dentro de pocos días nos tendréis de vuelta a
vuestro lado para seguir laborando con más razón por la libertad de nuestra
clase y contra el despotismo de los capitalistas; y si sucede algo con nosotros.
Eso no será nada; para eso están ustedes, miles y miles de explotados que nos
reemplazarán en nuestros puestos de honor y sacrificio.
“Por última vez les suplico que se retiren a sus casas,
porque todo reclamo será inútil ante la fuerza de las bayonetas” (Rivera).
La alocución de Rivera se distingue por su enorme sinceridad
y valentía, pero no alcanza a disipar el malentendido en que habían caído los
dirigentes: creer que el Ejecutivo podía hacerles justicia y castigar a los
capitalistas.
La masa
obrera sencillamente no se movió y siguió reclamando la libertad de sus
dirigentes. Frente a tal actitud, el mayor Ayoroa conminó a los trabajadores a
disolverse. Ante la tenaz negativa ordenó a los soldados del “Batallón Técnico”
hiciesen fuego. El documento de los obreros proporciona los siguientes
pormenores:
“Los
soldados se negaron a salir a la calle. Entonces el My. Ayoroa se encolerizó y
haciendo uso de medios violentos obligó a los soldados a salir a la calle.
Ordenó nuevamente que dispararan sus armas contra la masa de obreros y obreras;
los soldados acataron la orden, pero dispararon haciendo puntería a una altura
considerable, razón por la cual no fueron victimados los indefensos
trabajadores. Encolerizado aún más el jefe del “Batallón Técnico”, al ver que
sus órdenes no se cumplían al pie de la letra, increpó a los soldados con
palabras obscenas y cogiendo una ametralladora mató a cuatro trabajadores e
hirió a doce, de éstos murieron tres en los siguientes días, así comenzó esta
brutal masacre”.
Tales acontecimientos luctuosos se desarrollaron
aproximadamente a las seis de la tarde y todos los observadores coincidieron en
atribuir el asesinato al mayor Ayoroa.
Al día siguiente de la masacre, el 5 de junio, ingresaron a
la huelga cerca de 6.000 obreros de Uncía-Catavi, movimiento que duró inclusive
hasta el día 9, en esta última fecha un nuevo delegado del gobierno, Hernando
Siles, impuso a los federados un pliego de conclusiones que les era totalmente
desfavorable. En las conversaciones intervino también el sacerdote franciscano
Fernando Gonzáles, quien aconsejó a los huelguistas aceptar los puntos de vista
propuestos por la empresa, como aquel de dividir la Federación en dos secciones
independientes y que no tuviesen vinculación alguna entre ellas. Por este
camino fue totalmente destruida la joven Federación Obrera Central de Uncía.
Bibliografía:
Lora, Guillermo. Historia del Movimiento Obrero Boliviano.
Ediciones del Partido Obrero Revolucionario. Sin fecha de edición.
Internet referencias:
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