El mago y su sombrero
Por Jose C. López
Un mago con un sombrero enorme,
caminaba en medio de la oscuridad de un bosque buscando el camino a un lugar
donde sabe que existe la magia.
Al llegar a ese lugar, después de
transformar un dragón en un caballo volador y de vencer al guardián descubre
que la magia ya no existe porque la hechicera se aburrió de tanto esperar un Príncipe
Azul que venciera tanto al dragón como al guardián y se durmió.
Entonces el Mago comenzó a sacar
muchas cosas de su sombrero, hasta que encontró una armónica y al tocarla
primero se despertaron las flores, después los pájaros y por último la
hechicera abrió sus ojos; pero al ver al mago sin armadura se quedó triste.
Él dice que llegó hasta este
sitio, buscando vivir en un lugar donde la magia exista y la encontró dormida;
pero como la Hechicera había despertado la magia en ese lugar de nuevo existía
y el mago saco de su sombrero una flor y un hacedor de burbujas y mientras la
hechicera toma con sus manos la flor que le ofrece el mago, se dibuja una
sonrisa en su rostro, porque comienza a ver un montón de burbujas en forma de corazón.
Entonces se cierra el telón. Ella
sigue mirando las burbujas que flotan en el aire, al otro lado el silencio del
entretiempo, los utileros rápidamente van retirando el decorado. El mimo, está
en silencio contemplando tras bastidores la escena, en su mano la carta de amor
que había escrito para ella que solamente tenía ojos para las burbujas que
flotaban en el aire.
Él dice que se arrepiente por
lastimar su corazón, que sólo se trataba de un desliz y ella que quiere ser feliz no
duda de sus palabras. Mientras el telón se abre, la historia continua él ya fue
perdonado. El mimo comprende por el momento esa mujer de ojos marrones es
inalcanzable.
La escena transcurre, al final
los aplausos, al final ella y él se van de la mano.
Pasarán once primaveras, el mimo
tiene ahora la edad de Cristo crucificado, hace tiempo que ya no sube a un
escenario, al caminar por la calle rumbo a su trabajo antes de las ocho, se
queda mirando un afiche pegado a una pared que anuncia los lentes de contactos
ofrecidos por una óptica, luego sigue su camino.
Al medio día, fue al mismo
restaurante donde almorzaba desde hacía tres años, era miércoles el menú sin
variadas opciones ya lo sabía de memoria, servirían carne con pimentón y puré
de papas acompañado de arroz, dejaría el arroz a un lado porque prefería el
sabor de los trozos de carne acompañados del puré, la sopa sería de trigo el
postre sería una fruta como era primer semana del mes, adivinaba que sería un
durazno. Pero nunca hubiera imaginado que, de todos los lugares en el universo
donde se podía comer puré de papas con carne picada revuelta con pimentón, ella
escogería en ese medio día de septiembre justamente al restaurante ubicado a
dos cuadras exactas al norte del reloj de la iglesia de Santa Rosa.
Ambos se reconocieron, apenas se
quitó el sombrero alón que lo protegía del sol, que iluminaba inclemente la empedrada
estrecha calle, pero detalles más o detalles menos, en realidad ella lo
reconoció antes. Y compartieron la mesa, primero una jarra de limonada luego el
almuerzo.
¿Por qué volviste a Yotala? Ella sonríe
y repite con sentimiento aquel verso, "…cuando llegue Santa Rosa,
cantaremos, bailaremos…", ambos tarareaban esa canción de Rolando Lima cuando
eran jóvenes, sobre todo cuando se acercaba los días de septiembre. Vas a creer
que tal vez sea cuento, pero ya te había visto antes de llegar a este momento.
¿Nos encontramos en sueños? Pregunta ella con coqueta curiosidad, mirándole con
sus ojos marrones. En realidad, fue hoy temprano por la mañana, es que hay un
anunció que tiene varios años con tu foto anunciando unos lentes de contacto de
colores, pero la verdad el color de tus ojos es mejor al natural.
Esa fotografía la tomaron un
martes, cinco años antes. Pero ella no lo recordaba. ¿Qué horrible no? ¿Qué cosa?
La comida. ¿La comida? Sí la comida, es un sabor tan provinciano afirmó ella, mientras
escarbaba los pedazos de carne separándolos de los restos de pimentón. Luego
comentó bien bajito la cocinera seguramente debe ser de las tontas, de las que
sólo se aprendió unas cuantas recetas por la televisión, que ahora va rotando
cada semana.
Él sonrió y dijo que le gustaba,
mientras comía con deleite su plato, devorando hasta el arroz. Ella dejo el
plato sin tocar, igual que la sopa, pero luego sí se comió el postre.
Que mal gusto para decorar las
paredes, las caretas me recuerdan cuando el tiempo del teatro, pero con esos
colores chocantes, son de mal gusto repitió. Siguió un monologo interminable,
sobre las cosas malas de los pueblos, por ejemplo, la cobertura del teléfono
afirmó, terminando de comer el durazno cambio de tema.
¿Comprará el durazno en el
mercado?, ¿No creo?, ¿Cómo sabes?; ¿No te acuerdas?, ¿Qué cosa?
Hay un árbol de durazno en el patio,
de ahí vienen, lo sé porque aquí es la casa donde nací. Siguió luego un
silencio incómodo. Mientras él bebía un vaso de limonada, entonces la mujer de
los ojos marrones dijo algo de atender una llamada, salió a la calle fingiendo contestar,
pero ya no regresó, hasta se fue sin pagar la cuenta. Y al abrir la puerta, un
repentino soplo de viento hizo volar su sombrero bien lejos, hasta llegar al
mostrador.
¿Quién era?, ¿Ella?, ¿Una
compañera del teatro?; ¿Cómo lo adivinaste?
Por lo bonita y elegante, respondió.
Luego agregó, además vos invitaste su almuerzo, eso solamente haces con tus
amigos de aquellos tiempos, por eso preferí no molestar mientras almorzaban.
Mañana se cumplen los tres años
que nos casamos. Dijo él como cambiando de tema. Sí así es y le dio un beso en
la boca, alejándose inmediatamente pero antes sacó de su delantal un durazno y se lo
aventó con picardía. Él lo agarro en el aire y repitiendo unos movimientos de sus tiempos de
mimo le agradeció por el beso. En las paredes colgaban viejas fotografías familiares en blanco y negro, rodeadas por caretas de teatro fabricadas en yeso y
pintadas de vivos colores unas simulando tristezas y otras sonriendo alegremente.
Al deleitarse con el dulce sabor
del durazno, comprendió que no necesitaba tener un sombrero y ser mago. Tampoco necesitaba viajar en el tiempo, había descubierto la felicidad en los labios del amor de su vida.
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