A la hora señalada
Por José Luis Claros López
El cuchillo afilado estaba sobre la mesa y ella esperaba la
hora presagiada tantas veces en sueños, cuando el asesino de su esposo regrese
al lugar del crimen y toque a su puerta. Pero para llegar a éste momento, había
soportado mil ochocientas veinticinco noches mal dormidas, con su marido muerto
y enterrado, había vivido el calvario de diligencias judiciales, audiencias
postergadas, interrogatorios interminables, de corretear empujando a los policías
a realizar su trabajo buscando al verdadero culpable, perdiendo la cordura en
cada rincón del laberíntico tortuoso de un proceso largo. Pero cuando el reloj
indique la hora señalada, la búsqueda de justicia se acabará.
Aquella tarde de mayo bajo una intensa lluvia, había soportado
ya lo insoportable, ver el entierro del hombre que había compartido su cama
durante más de diez años. Durante los siguientes meses y días, habría buscado
la manera de resolver el misterio de su muerte agotando sus recursos, empeñando
distintas cosas. Viviendo una obsesión que preocupaba bastante al resto de su
familia, pero estaba convencida que no podía quedar impune aquel crimen.
Con la intención de seguir costeando los gastos exigidos por
su abogado que llevaba el proceso de la muerte de su marido. Una tarde acudió a
vender una cadenilla de oro con un pequeño relicario redondo que hacía de portarretrato
a la Casa de Empeño ubicada en la esquina de la calle de Los Pobres a dos
esquinas de su casa, el propietario, Alberto Ugarte, no pudo evitar recordar
que había visto muchos años antes el mismo diseño del dije que hacía de
relicario y se lo comentó a ella mientras terminaba de probar con unos químicos
la calidad de su alhaja. Al recibir el dinero y la factura por la venta, se fue
sin despedirse. Algunas horas después, regresó, pero esta vez acompañada de su
abogado y de funcionarios policiales, por las circunstancias del hecho y la
complejidad de las investigaciones el caso continuaba sin ser resuelto. Al
revisar los registros de la tienda, descubrió que la fecha coincidía, la tarde
de la muerte de su esposo, habían vendido en esa misma Casa de Empeño una
cadenilla de similares características con la marca de las iniciales de ambos
en el lugar donde debían estar las fotografías. El señor Ugarte sólo había
registrado las características de la joya, en el comprobante de venta dejando
en blanco el espacio del nombre, pero no podía recordar el rostro del sujeto,
pero les dice como agarrando al vuelo un recuerdo, él era bien chaparro.
Desde aquel acontecimiento, ella había decidido acudir a los
siete lectores de cartas del tarot, a los tres abuelos que leían la hoja de
coca, hasta buscaba gitanas que le pudieran decir donde podía encontrar al
chaparro culpable de su viudez anticipada. Entonces, le dijeron que a las
afueras del pueblo subiendo por una ladera del cerro, llegaría hasta una vieja
casa de un huesero que también poseía el don de ver más allá de lo evidente,
acudió hasta el lugar y un harapiento hombre de una edad que ya superaba el
medio siglo, la saludo con una sonrisa diciéndole que la esperaba desde hacía
un buen rato. Ella se quedó en silencio, luego vio como extendió su mano
apuntando el largo camino de subida y explicó que la veía subir desde hacía una
hora por un camino que no tenía vecindario, su choza porque ya de cerca otra
cosa no es, era el final de la ruta. Quienes subían esa ladera, sólo buscaban que
les acomode los huesos. Sentados en silencio, una vela encendida en medio de
una rustica mesa, después le invitó una taza de un brebaje que podía ser
considerado cualquier cosa menos café y que ella bebió de un solo trago;
mirándole directamente a los ojos intentando demostrar seguridad. Entonces, al
devolver la tasa de metal barnizado, creyó que aquel hombre había mirado de
reojo el interior antes de lavar la misma y luego de un rincón debajo de su
cama, sacaba un envoltorio de tela usada para envolver una baraja española que
comenzó a mezclar.
Al ver los restos del café comprendió la razón de la visita,
media hora después observaba desde la puerta desvencijada de su morada como esa
mujer recorría el camino de retorno. Luego de barajar las cartas ella escogió
cinco que fueron tiradas de derecha a izquierda. Ella escuchó que las dos
primeras hablan sobre su pasado mientras las palabras del anciano adquirían un
sonido hipnotizador en el silencio de la habitación empezó a imaginar como en
una regresión temporal todo lo que sucedió aquel trágico día; al escuchar el
significado de la carta del medio asintió con la cabeza, luego escuchó lo que
representaban las dos últimas, ¿Entonces ésta noche soñaré con el asesino? El anciano
negó con la cabeza y ahora ella sabía que aquella noche al soñar descubriría el
día y la hora cuando su vida se cruzaría por el azar del destino con la vida
del asesino de su esposo.
A partir de aquella tarde, por sugestión o lo que sea, ella
soñó varias veces con el mismo sueño y la revelación era simple, tan simple que
hasta daba miedo.
Era la hora señalada, la casa estaba solamente iluminada por
una luz tenue, había olvidado prender la luz en las demás habitaciones, pensaba
en eso cuando escuchó varias veces sonar la puerta, mirando el cuchillo en la
mesa, dijo en voz baja el momento llegó, seguían tocando a la puerta, pero una
duda la detuvo y cuestionaba la realidad, creyó estar enloqueciendo. Cerró los
ojos por un instante, los últimos tres días no había podido conciliar el sueño
al final el cansancio la venció, se quedó dormida.
La calle vacía y nadie abrió la puerta, como lo había notado
su compañero parecía que hacía días la dueña de la casa se había marchado, la
luz del alumbrado público comenzó a encenderse, ambos se dirigieron por un
costado de la propiedad y encontraron un lugar por donde saltar la muralla, lo
hicieron rápido sin hacer ruido, dos profesionales sin lugar a dudas. Mientras
caminaban sigilosamente buscando como ingresar al interior de la casa, uno de
los dos sujetos recordó algo, ¿Qué pasa chato? Preguntó su compañero. “Aquí comencé
mi vida criminal”, respondió el aludido. Al ingresar lo primero que vieron fue
a la mujer durmiendo sobre la mesa, con su bello rostro dulcemente iluminado
por la tenue luz de una lámpara ubicada en una esquina lejana de la habitación.
Eran las ocho de la mañana, el olor había hecho que un transeúnte
llamé a la policía. ¿Qué pasó? Preguntó el
sargento de turno, mientras miraba la dantesca escena, los vidrios rotos, la
sangre seca en el piso, el hedor insoportablemente putrefacto después de diez días.
Otro de los policías le respondió que de acuerdo con varios indicios se
trataría de un robo y de una posible violación, todavía esperaban la llegada
del Fiscal para realizar el correspondiente levantamiento de los dos cadáveres.
El cadáver con los pantalones abajo de un sujeto de baja estatura, había
recibido varias puñaladas, un afilado cuchillo estaba todavía clavado en su
cuello, “Había más de dos personas al momento del crimen, porque a la mujer
posiblemente la mataron con el golpe de un objeto contundente”, susurró el
sargento.
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