Una curva de la alameda, una brecha en el follaje, permitieron a Camille ver a distancia a la gata y a Alain. Se detuvo en seco, sintió un impulso como para volver sobre sus pasos; pero sólo vaciló un instante y se alejó más presurosa, pues si Saha, en acecho, seguía humanamente su partida, Alain, medio tendido en el suelo, jugueteaba, con mano hábil y encogida como una pata, con las primeras castañas de agosto, erizadas y verdes.
(Fragmento Novela "La Gata" de Colette)
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