De esta manera empezó aquel año, San Bartolomé era el santo de los milagros, pero la iglesia recientemente reconstruida estaba consagrada a San Pedro y al padre Gregorio solo le restaba encontrar a un carpintero que repare el techo.
— ¿dígame, que sabe su merced de carpintería? — preguntó mientras le enseñaba el lugar donde pasarían la noche.
Solo entonces el padre Gregorio se percato del muchacho y al escuchar la respuesta el anciano venerable le propuso un trato.
— Repare el techo y le propongo quedarse aquí, por el tiempo que deseen.
El muchacho salio corriendo sin que su padre lo pueda detener persiguiendo a un pequeño gatito que a su vez intentaba atrapar una mariposa.
— Perdón, pero olvide preguntarle su nombre.
— Mi nombre es, Andrés Rocha – señalando al muchacho – él, es mi hijo Augusto Rocha.
Fue el Padre Gregorio quien los presentó al pueblo, el siguiente domingo y por toda referencia dijo que realizaron el milagro de reparar el techo, todos levantaron las cabezas como mirando al cielo, realmente era un excelente trabajo para haber sido realizado en tan solo dos días y sin más ayuda que la de un niño, desde aquel domingo Andrés Rocha fue el primer habitante de Yacuiba que trabajo como carpintero pero casi un siglo después Augusto vendió la carpintería.
Todavía eran las nueve cuando el Profe cerro el billar y pensó, que eran realmente pocos los que le conocían por el nombre con el que fue bautizado por sus padres de niño y que ahora tantos años después el recuerdo del día de su bautismo solo sea incluso para él no más que el recuerdo del rostro de su madre y la sensación de unas gotas de agua recorriendo su frente una tarde de marzo.
Manuel Esquilo recordó que en el pasado fue un creyente y confeso anarquista que en plena presidencia del hijo de Lorenzo Battle durante el verano de 1913, realizó en Montevideo su último discurso político, donde hablo de la necesidad de instaurar un nuevo orden, que la libertad sin socialismo es un privilegio y una injusticia que el socialismo sin libertad era solo brutalidad y esclavitud, hablaba y eran muchos tal vez demasiados los que escuchaban sus palabras, hablaba de pedir el fin de la libertad falsa y formal simbolizada en el privilegio de unos cuantos sobre la esclavitud del resto, el mayor logro de la humanidad es la libertad del individuo para poder expresarse y actuar sin que se lo impida ninguna forma de poder, sea terrena o sobrenatural, si cualquier humano intenta hacer daño a otros, todos los individuos bien intencionados tienen derecho a organizarse contra él decía por entonces el Profe en cada uno de sus discursos y en cada ocasión que el sonido de su voz comenzaba a transformarse en frases completas que devolvían la esperanza a las personas que lo escuchaban porque sus discursos y sus palabras no eran palabras de odio él solo decía la verdad y la verdad por sobre todas las cosas es revolucionaria.
Pero sucedió que esa misma noche durante el verano de 1913, fue despertado por fuertes golpes en la puerta y cuando la abrió, una caja lo esperaba a sus pies, la caja era roja con un listón de seda negra, al quitar la tapa encontró una nota sobre una botella, la nota le ordenaba abandonar Montevideo o de lo contrario recibiría el mismo trato que el animal dentro de la botella, Manuel observó con curiosidad que en su interior de la botella había una rata que murió ahogada, ya por entonces no se trataba de una primer amenaza desde muchos años antes que recibía demasiadas amenazas y advertencias incluso eran ya más de las que podía recordar. Porque ya solo quería recordar de su pasado otros acontecimientos por ejemplo el Profe asociaba su llegada a Montevideo con una serie de eventos que se iniciaron con aquella noche de enero en Tarragona cuando comenzó a estudiar el catecismo revolucionario, en ese tiempo fue don Albero Castellar dueño de una pequeña librería sobre la calle de Almirral casi escondida entre una posada de puertas blancas y un bar que funcionaba también como lugar de reunión para republicanos y autonomistas catalanes quien, proporciono a Manuel Esquilo aquel pobre ejemplar de una imprenta clandestina; encontrar ese libro iniciaría su camino como el agua que se despende de una montaña formando un curso que tiende a crecer hacia terrenos que están mucho mas allá de la pétrea estructura que le dio su origen y que llevarían a Manuel lejos de Tarragona el lugar donde vivió desde comienzos del nuevo siglo.
Aquel veintitrés de enero; Manuel Esquilo despertó con el deseo incontenible de leer sobre los amantes de Teruel, antes del medio día alcanzó la calle de Almirral acompañado por Fernando Concepción un andaluz nacido en Sevilla quien convertido en soldado a las ordenes de Durruti habría de morir antes de cumplir los 35 años durante la jornada del bombardeo a la Guernica el 27 de abril de 1937 asesinado por la aviación Alemana que colaboraba bajo el nombre de “Legión Cóndor” a los Fascistas alzados en armas contra la republica. Fernando Concepción combatiría defendiendo a balazos el poder ganado por el pueblo y por el Frente Popular en las elecciones celebradas en febrero de 1936 luchando en las calles junto a otros valientes enfrentando sin temor a los fachos con la premisa grabada en el corazón de que ellos ¡No pasarían!. Meses previos a su muerte junto con otros ciudadanos se incorporo en una milicia obrera tratando de detener a los camisas azules que destruían a sangre y fuego tratando en el fondo de derrotar a la libertad mientras en las calles el fermento revolucionario era incesante, algo «alucinante, como un sueño» que aquel levantamiento militar contra el legítimo gobierno de la II Republica fue transformando en la terrible pesadilla de una guerra que concluiría luego de haber fusilado a los poetas con la derrota y el encarcelamiento de muchos ciudadanos.
Fernando Concepción al igual que el Sr. Castellar militaban al interior del sindicato anarquista ambos recordarían como una bella época el tiempo a partir de 1918 en que se produjo un fortalecimiento significativo de su organización producto de la toma de conciencia del pueblo, momento en que la crisis de la industria catalana impulsó a miles de obreros a afiliarse a la organización. Con el fin de contrarrestar la fuerza adquirida por la masa obrera organizada, surgió el pistolerismo, financiado por los patronos, que sembró la violencia ciudadana y logró desestabilizar al sindicato; fue sin embargo una coincidencia el que Fernando Concepción se decidiera a buscar aquella mañana a su amigo Manuel Esquilo, como también se trato de una coincidencia que a pocas calles de aquel lugar existiera una librería en donde intentarían encontrar algún texto sobre la historia relacionada a los amantes de Teruel.
— Buenos días, señores — Alberto Castellar luego de abandonar el escrito sobre la mesa, se preparaba para cerrar y se los dice — me preparaba para cerrar.
— Señor, buscamos un libro sobre los amantes de Teruel escrito por Juan Eugenio Hartzenbusch.
Alberto Castellar cerró los ojos por un momento, para recordar en que lugar se encontraba aquel libro, pidió entonces disculpas porque semanas atrás había vendido el último ejemplar que poseía de aquel libro. Había sin embargo notado, Fernando ese pequeño ejemplar rustico de encuadernado rojo que conocía bien y no resistió la curiosidad por saber como ese viejo librero consiguió aquel material clandestino, Castellar comprendió que solamente otro anarquista seria capaz de reconocer esa edición.
— Creo en un mundo nuevo – respondió.
— ¿Un mundo nuevo? — Pregunto Manuel Esquilo — cual mundo es aquel cuando ya no existe nada nuevo que descubrir.
Para Fernando fue también una coincidencia, descubrir que Alberto Castellar también pertenecía a un grupo anarquista y con el pretexto de no almorzar solo con su hija como acostumbraba todos los días los invitó a los dos amigos a que almorzaran aquel día con él, luego conversaron durante el resto de la tarde, pero Manuel Esquilo gracias a todas las ideas de las que hablaban con el Sr. Castellar consiguieron que olvidará por completo a los Amantes de Teruel, si Usted quiere estudiarlo no tengo problema en prestarlo le dijo el Señor Castellar con su habitual tono amable, Manuel asintió y esa noche comenzó con esmero a estudiar el catecismo revolucionario llamó su atención una breve nota escrita en la contratapa del libro; con tinta que hace muchos años debió ser negra y ahora era apenas legible una letra menuda como de mujer que decía: “innumerables son los seres vivos; inconmensurables son las esperanzas; hago voto de estudiarlas y practicarlas muy largo es el camino; hago voto de llegar hasta el final”.
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