Mirando llover en Yacuiba
los tejados se desploman lado a lado,
rieles herrumbadas e inocentes
crecen hacia el cielo
y los ríos no se hacen nada.
Mirando llover en Yacuiba
pierdo el amor
y tras la lluvia
se desmoronan todos los vagones
y hasta las piedras antes nobles
caen
entre empapadas mariposas que se esconden
al no saber qué hacer de sus alas
ante tanto duelo.
Mirando correr descalza
una lluvia que sin sombras
que sin huellas
pasa como un lento ferrocarril de carga
por la ciudad fronteriza de Yacuiba
yo entono mi oración
mis gracias de doliente.
Bajo la lluvia segura escucho,
miro llover tus ojos
por encima y por debajo
de los ventanales y los montes
de la frontera tan dulce
cuando llueve.
Yacuiba queda quieta,
puro candor y ramas que no saben qué hacer
ante todos los pájaros que mueren
ante todo los taxis
que por las aceras desfallecen.
Pero yo entonces miro la lluvia
y comprendo otros regímenes
de la caída
como el de ciertas hojas que se desploman
sin viento y ni tan siquiera otoño
y sólo en remolino de sí mismas
se saben caer sin daño
hacia las tierras inundadas
y a veces sí apenadas.
Bajo la lluvia dura de Yacuiba
veo desbocarse a los caballos solos
los veo galopando heridos por el monte
que relincha a ciegas preguntándose
qué habrá sido del amor
dónde habrá quedado por el monte.
No miro llover en Yacuiba.
Elevo mis ojos puros hacia su cielo desterrado
y me percato de que nunca llovió jamás,
de que nunca su caballera dócil
alerta acarició mis hombros.
De que esa ligera impresión de lluvia
obedecía sólo a la confabulación
de las mentiras y los viajes
y a que yo era sombra de las hojas
por los patios anegados de Yacuiba,
donde nunca llueve.
"Mirando Llover en Yacuiba" de Juan Cristobal MacLean E. en el libro: Paran los Clamores, Pág. 41 a la 43
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