domingo, 16 de agosto de 2009

El Perro Cojo un Poema de Manuel Benitez Carrasco

Fragmento del Poema "El Perro Cojo" de Manuel Benitez Carrasco...


























EL PERRO COJO
De Manuel Benítez Carrasco

Con una pata colgando,
despojo de una pedrada,
pasó el perro por mi lado,
un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros,
pobres de sangre y estampa.
Nacen en cualquier rincón,
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basuras de plaza en plaza.
Cuando pequeños, qué finos
y ágiles son en la infancia,
baloncitos de peluche,
tibios borlones de lana,
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.
Cuando mayores, al tiempo
que ven que se fue la gracia,
los dejan a su ventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas.
Qué tristes ojos que tienen,
que recóndita mirada
como si en ella pusieran
su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia,
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.
Yo le llamo: psss, psss, psss.
Todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
todo sed, hambre y nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras
como esperando o temiendo
pan, caricias...   o pedradas,
no en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psss, psss.
Dócil a medias avanza
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo:
"ven aquí, no te hago nada,
vamos, vamos, ven aquí".
Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar más fuerte,
salta, gira; gira, salta;
llora, ríe; ríe, llora;
lengua, orejas, ojos, patas
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.
Es su alegría tan grande
que más que hablarme, me canta.
"¿Qué piedra te dejó cojo?
Sí, sí, sí, malhaya".
El perro me entiende; sabe
que maldigo la pedrada,
aquella pedrada dura
que le destrozó la pata
y él, con el rabo, me dice
que me agradece la lástima.
"Pero tú no te preocupes,
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas
y a patita coja y triste
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron
me dejaron coja el alma.
Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada.
Vamos, pues, perrito mío,
vamos, anda que te anda,
con nuestra cojera a cuestas,
con nuestra tristeza en andas,
yo por mis calles oscuras,
tú por tus calles calladas,
tú la pedrada en el cuerpo,
yo la pedrada en el alma
y cuando mueras, amigo,
yo te enterraré en mi casa
bajo un letrero: «aquí yace
un amigo de mi infancia».
Y en el cielo de los perros,
pan tierno y carne mechada,
te regalará San Roque
una muleta de plata.
Compañeros, si los hay,
amigos donde los haya,
mi perro y yo por la vida:
pan pobre, rica compaña.
 
 
Era joven y era viejo;
por más que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejó medio sin alma.
Y fueron muchas las hambres,
mucho peso en sus tres patas
y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré tendido, frío,
como una piedra mojada,
un duro musgo de pelo,
con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquillo de escarcha.
Portero y dueño del cielo
San Roque en la puerta estaba:
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de intercambios
con que curar viejas taras.
"Para ti...   un rabo de oro;
para ti...   un ojo de ámbar;
tú...   tus orejas de nieve;
tú...   tus colmillos de escarcha.
Y tú, -mi perro reía-,
tú...  tu muleta de plata".
Ahora ya sé por qué está
la noche agujereada:
¿Estrellas...   luceros...?  No,
es mi perro cuando anda...
con la muleta va haciendo
agujeritos de plata.

Manuel Benítez Carrasco (Granada, 1 de diciembre de 1922-ibídem, 25 de noviembre de 1999) fue un poeta y rapsoda español, que desarrolló la mayor parte de su actividad en varios países de Hispanoamérica, especialmente en México. Se formó, primero, en las escuelas del Ave María de la cuesta del Chapiz. Entró en el seminario menor que los jesuitas andaluces (en el exilio por la Segunda República) tenían en Loulé (Portugal), ingresó en el Noviciado de la Compañía de Jesús el 19 de diciembre de 1938, Noviciado que después regresó a El Puerto de Santa María, del que salió en 1940.

Volvió a Granada, donde publicó sus primeros versos con el título Primavera Breve en la revista Vientos del Sur. Escribió dos obras de teatro: Luz de amanecer, que fue galardonada con el primer premio de teatro de Escuadra, y el auto sacremntal Castillo de Dios. También hizo una incursión en la narrativa con la novela El último sacrificio, que obtuvo el primer premio en un concurso de la revista Norma, editada por la Universidad de Granada.

Mientras realizaba el servicio militar ganó la Flor Natural en los Juegos Florales de Torrelavega con la poesía Grito al niño de oro y barro, e idéntico galardón en los Juegos Florales de Úbeda por Salmo del agua preciosa y en los de Granada en honor de san Juan de Dios por Oración de las cosas pequeñas.

En México publicó los libros: De ayer y de hoy, Antología poética, Caminante y México, sonoro y mágico y los discos: Mi poesía andaluza (HIXPAVOX); Mira si soy desprendío; Campanas de Belén; México sonoro (ORFEÓN); Caminos; Manuel Benítez Carrasco dice sus poesías; Uno, dos, tres. Poemas taurinos (BELART); Manuel Benítez Carrasco dice sus poemas; y Cachito de España (MUSART).

A partir de 1980 empezó a pasar largas temporadas en Granada, viajando a otros lugares de Andalucía como Córdoba, Sevilla, Málaga, Jerez de la Frontera y Almería. En Sevilla y en Jerez recibió sendos homenajes: una cena en el hotel Alfonso XIII con un centenar de asistentes y un acto académico en la Real Academia de San Dionisio, respectivamente.

Falleció en Granada el 25 de noviembre de 1999 y, por deseo propio, sus restos fueron incinerados y las cenizas esparcidas por un cerro del Albaicín en un acto familiar íntimo.

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